Fátima, una niña de doce años que vivía en Lerma, y que estudiaba para cumplir su sueño de ser médica. Verónica, una joven enfermera que trabajaba con la esperanza de ser el sustento para su mamá. ¿Qué tienen ambas en común, además de haber sido asesinadas en el Estado de México? A través de estas páginas vemos como sus vidas son atravesadas por la desaparición, el feminicidio, el crimen organizado, la violencia estructural y sistémica del estado, y el silencio cómplice de la sociedad, en una entidad que en los últimos años se ha caracterizado por llevar el estigma de la doble alerta de género, convirtiéndola en uno de los estados más violentos y peligrosos para ser niña o mujer, sino el que más.Por si esto no fuera suficiente, los crímenes aquí enumerados son devastadores no solo por las vidas que arrebatan, sino por las que destruyen en consecuencia, destrozando familias enteras, y convirtiendo la existencia de cada uno de sus integrantes en otras tragedias, como la que cobró la vida de Daniel, hermano menor de Fátima, víctima de negligencia médica estando desplazado y bajo una medida de protección, ambas circunstancias derivadas del feminicidio de su hermana.El daño al pueblo de México, resultado de la llamada “guerra contra el narco”, ha cobrado ya miles de vidas, y no parece tener fin. Administraciones, en todos los niveles, vienen y van, y en ninguno de sus funcionarios y funcionarias pareciera haber la voluntad política de ayudar a tantas familias que sufren a lo largo y ancho del país, mientras la delincuencia organizada dicta su ley, donde la peor parte siempre la llevan niñas, niños, mujeres, y toda persona que pertenezca a un grupo vulnerable, pero que eventualmente a todos habrá de alcanzarnos.